En la sala 77 del Museo del Louvre se encuentra una de las obras fundacionales del romanticismo francés: La balsa de la Medusa, de Théodore Gericault. El cuadro, terminado en 1819, representa un acontecimiento que había conmovido a la opinión pública unos años atrás: el naufragio de la fragata Medusa, cerca de las costas de Mauritania. Esa embarcación navegaba como parte de una pequeña flota que se dirigía a Senegal, hasta que encalló en un banco de arena. Al cabo de varios intentos frustrados por rescatarla, que duraron cinco días, sus pasajeros subieron a los botes para salvar los 60 kilómetros que los separaban de la playa africana. Como sólo consiguieron ubicarse allí 250 personas, otras 146 intentaron salvarse en una balsa construida de improviso. En pocos minutos comenzó a hundirse. Desde los botes intentaron arrastrarla, pero pronto alguien soltó amarras y los balseros quedaron librados a su suerte. El capitán también los abandonó. Al hambre y la sed les siguieron la desesperación y la locura. Después de la primera noche, cuando se ejecutaron 20 asesinatos, se cayó en el canibalismo. Es la escena que captura Gericault. Trece días más tarde la balsa fue rescatada por una nave que la encontró por accidente. La tragedia fue un escándalo vergonzoso. Se señaló como culpable al comandante, Hugues Duroy de Chaumareys, un vizconde con poquísima experiencia de navegación, que había sido designado por favoritismo político. De Chaumareys escapó por poco de ser ejecutado por la muerte de 150 navegantes, pero una corte marcial lo condenó a tres años de prisión. Lawfare de los Borbones.